ABRIR LOS OJOS, ABRIR EL DIÁLOGO.

Una breve reflexión sobre la investigación artística.

 

Existe hoy una idea ampliamente difundida de que el arte no sirve para nada. Y en cierta medida, pues sí, el arte no tiene por qué servir, este no se sustenta en la misma lógica de productividad que dirige nuestra vida contemporánea. Nuestra época es una que da mucha importancia a la eficacia, a la practicidad y a la velocidad; conceptos que no son los primeros en acudir a nuestra mente al pensar en el arte.

 

Incluso en el espacio del saber y la academia, con el predominio de la palabra escrita y la búsqueda de teorías y verdades claras y distintas, la disciplina artística ocupa un papel secundario, aquel otorgado a las disciplinas cuyo saber no puede ser resumido bajo una lógica racional o empírica.

 

Y entonces ¿cuál es el fin hoy de investigar desde el arte? ¿Por qué insistir en el arte como un medio para acceder al conocimiento y no relegarlo simplemente al papel de mercancía –que tan bien ha sabido asumir- ?

 

Estas son preguntas que adquirieron mucha importancia para mí en los últimos meses, en los cuales me dediqué a realizar un proyecto de investigación para obtener la licenciatura en arte. Este, para sorpresa y confusión de algunos, giraba en torno a las nuevas tecnologías y el impacto que tienen en nuestros vínculos con los otros. De hecho, la pregunta más común al mencionar el tema del proyecto fue “¿Y qué tiene que ver el arte con las nuevas tecnologías?”

 

Esta pregunta parte, naturalmente, de la idea de que el arte sólo debe ocuparse de problemáticas claramente relacionadas a su disciplina: la historia o la filosofía del arte, el análisis de ciertas obras maestras, la estética, la evolución de las formas artísticas, etc.  Poniéndolo de forma más vulgar: cualquier investigación que no contenga la palabra “arte”, “artístico” o el nombre de alguna de sus disciplinas en el título, es mirada con extrañeza. Y sin embargo, para mí, la exploración desde el arte de un tema como las nuevas tecnologías y su impacto en nuestras relaciones, resulta no sólo coherente, sino pertinente. De hecho, mi intención en este texto es dar cuenta de por qué no hay una restricción en las temáticas que el arte puede (y debe) abordar.

 

Andrei Tarkovski alguna vez dijo que “un artista es sin quererlo un producto de la realidad que lo circunda” y que “refleja esa realidad [de un modo que no gustará a todos]”* . De cierta manera, esta idea nos hace pensar en el artista como “médico de su tiempo”**: identifica los síntomas y los problemas de su época, y a través de la obra, nos da un diagnóstico, ofreciendo una mirada crítica de nuestras problemáticas, actitudes y posibilidades. En ese sentido, es interesante pensar en el arte como una respuesta a su contexto, y no como disciplina aislada. Incluso cuando el arte de una época predica su propia autorreferencialidad y enaltece el mundo interior del artista como único detonador de la obra, estas ideas van siempre de la mano de ciertas condiciones en su contexto que hacen posible y necesaria ese tipo de reflexión y afirmación acerca del arte.

 

Y es aquí donde me gustaría utilizar brevemente el ejemplo de mi propia investigación desde el arte sobre un tema como el impacto del internet y las nuevas tecnologías para hablar de cómo la investigación artística puede aportar nuevos conocimientos acerca del mundo. 

 

Hoy, la tecnología es uno de los grandes panteones del orgullo humano: sabemos que gracias a ella nuestro existencia resulta más cómoda y llevadera, e incluso la reconocemos como base para alcanzar la democracia.

 

Lo interesante de internet es hoy no sólo una herramienta sino un medio que habitamos, y de manera naturalizada. Día a día, utilizamos la tecnología para compartir, conectarnos y producir información casi sin pensar. Esto ha llevado a algunos a pensar que nos encontramos en una utopía comunicativa y a otros, que estamos evolucionando para convertirnos en una sociedad adicta a las pantallas e incapaz de relacionarse a un nivel profundo y presencial. Más allá de cuál opinión se defienda, considero que cualquier acercamiento teórico al asunto, por más beneficioso y útil que sea, no basta para comprender cómo nos relacionamos con la tecnología digital ni qué significa para nosotros. En este caso, es la experiencia misma de habitar el ciberespacio la que permite tener un contacto sensible con el tema de nuestras relaciones en internet. 

 

Y es ahí donde puede entrar el arte: el arte se inserta en la vida en la medida que recoge experiencias de ella, transforma objetos ordinarios en objetos cargados de simbolismo y propone realidades alternas cargadas de nuevos significados. 

 

En general, creo que pensar acerca de las tecnologías que están adquiriendo un rol cada vez más importante y abarcador en nuestra vida resulta necesario porque estos son procesos que modifican la forma en que nos entendemos como sociedad y como individuos. Las consecuencias de estas transformaciones no son aún del todo claras, pero resulta importante cuestionarnos constantemente acerca de sus efectos y hacia dónde nos dirigen, sobre todo porque modifican la forma misma en que pensamos y nos relacionamos.

 

Ahora, aunque esta reflexión parezca más apropiada a las ciencias sociales, creo que un tema como este es de gran afinidad a la disciplina artística. Los vínculos pasan por el filtro del lenguaje, los signos establecen cierto espacio común con los demás. En ese aspecto, interesarse en la comunicación como artista es para mí interesarse en los signos mismos y su funcionamiento en el mundo. Tal vez las disciplinas plásticas no puedan articular signos en un discurso unívoco y preciso como la lengua, pero sí pueden investigar los signos como portadores y transformadores de sentido. Nuestra época es una de puros signos: hoy, el valor de intercambio es la información y la vida está tan mediada por distintas herramientas y plataformas que el signo se convierte en el mayor constructor de realidad. La comunicación con el otro y los fenómenos del lenguaje son complejos y dudo que logremos entenderlos del todo y, sin embargo, dirigen la mayor parte de las decisiones que tomamos como individuos, comunidades, sociedades y naciones. En esa medida, el interés por la comunicación y por las formas en que nos vinculamos con los demás corresponden a preguntas inherentes a la disciplina artística: esta se vincula con los espacios que habitamos y con los signos que circulan (en especial las imágenes, esos signos tan escurridizos y ajenos a nuestro analfabetismo visual).

 

Por otro lado, en un aspecto más general, el aporte del arte en problemáticas cotidianas como esta es que introduce el elemento de lo extraño para poder reflexionar acerca de temas que han sido naturalizados. En el caso de internet (pero podemos reemplazar este tema por cualquier otro tema de actualidad: los estereotipos de género, la publicidad en la vía pública, la televisión basura, etc.), la poca distancia que tenemos con nuestros dispositivos muchas veces dificulta que pensemos nuestra relación con ellos, pero el arte, al presentarnos con un nuevo acercamiento hacia lo cotidiano, permite mirarlos bajo una nueva luz. Construyendo nuevas relaciones entre conceptos y experiencias, y proponiendo acercamientos sensibles y realidades posibles, el arte funciona como importante disciplina para la reflexión y el cuestionamiento de la actualidad. Hablar desde la experiencia artística puede muchas veces resultar más persuasivo que hacerlo desde el texto académico, en la medida que muchos elementos de la obra artística guardan una relación cercana con la realidad. El arte, a través de su parecido con la vida, nos ofrece la posibilidad de mirarla desde una distancia diferente, sin cerrar su interpretación: la obra propone sin intención de convencer. Y es que la obra nos habla desde la imagen, cuya lectura será siempre distinta a la lectura del texto, en la medida que su estructura no es tan rígida. Así, volvemos a la idea del artista como médico de su tiempo: a través de un nuevo orden de los elementos de la realidad, este nos permite dar otra lectura a las problemáticas y síntomas de nuestro tiempo, y abrir el diálogo.

 

Soy de la opinión de que el arte es una herramienta poderosa, que puede llegar a lugares donde otras disciplinas -por ética, por límites racionales- no pueden. El arte, más allá de la disciplina específica, es un espacio que nos permite pensar críticamente acerca de los procesos que vivimos como sociedad. La libertad comúnmente asociada al arte viene de la liberación de normas establecidas y la capacidad para mostrar nuevos puntos de vista. Creo que el arte más comprometido, sin importar su temática, debe alejarse de los automatismos, tan típicos en otros aspectos de nuestra vida. Estamos acostumbrados a la comodidad, a preferir la eficiencia y la practicidad, y por consiguiente, establecemos métodos y fórmulas que simplifican nuestra vida y que nos evitan la ardua tarea de reflexionar acerca de la forma en que vivimos. Con ello no quiero decir que no deban existir métodos o fórmulas, naturalmente estas son importantes a la hora de llevar a cabo tareas específicas y permiten que nuestra vida no se estanque en una examinación sin sentido acerca del propósito de cada una de nuestras acciones. Sin embargo, el peligro reside cuando este automatismo toma posesión de todos los aspectos de nuestra vida: cómo hacemos política, cómo construimos sociedad, qué enseñamos a las próximas generaciones.

 

Personalmente, considero que el arte, liberado de fórmulas y del peso de la eficiencia y la productividad, está ahí́ para hacernos ver aspectos de la cotidianidad que están siendo pasados por alto, generando nuevas relaciones y explorando nuevas sensibilidades. El aporte del arte entonces como disciplina investigadora pasa por ofrecernos un espacio para reflexionar acerca de dinámicas que están siendo pasadas por alto.  A menudo, nuestra vida facilitada por formas de pensar instituidas nos encierra en una rutina alienante e indiferente a lo que sucede más allá de nuestro entorno más cercano. Para mí, ser indiferentes es renunciar a la responsabilidad que como seres humanos tenemos en la construcción de nuestras formas de vida. Por ello, el arte es una herramienta que nos permite retomar el poder que tenemos sobre el mundo, al promover el pensamiento crítico y la empatía hacia el otro. El arte nos abstrae de nuestra existencia particular y aislada y nos coloca en una posición en la cual podemos vernos a nosotros mismos como miembros de una humanidad heterogénea y compleja capaces de identificarse con los otros y sus problemáticas. Creo que saberse parte del mundo es comprender que somos un elemento en esa gran maquinaria, que puede decidir hacerla seguir funcionando o no. En ese sentido, el trabajo artístico puede explorar temáticas que van desde el internet hasta la violencia, porque buscan enfrentarnos a esa cotidianidad que a veces, nos tiene cegados.



*En Esculpir en el tiempo. Reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del cine. 2002. Sexta edición. Madrid: RIALP Editores. 

**Esta idea juega con aquella expresada por Friedrich Nietzsche acerca del filósofo como “médico de la cultura” en su libro El libro del filósofo de 1974.