¿Qué puede el arte frente al internet?

 

¿Qué fue primero: imagen o deseo?

 

Plasmamos nuestras fantasías en imágenes, éstas nos sirven de herramienta para revelar mundos interiores individuales y colectivos. O quizás sea al revés, y esos mundos sean realmente un reflejo de las imágenes que circulan a nuestro alrededor. ¿Cómo saber cuál es real y cuál una copia? 

 

Esta es en realidad una pregunta imposible. Hoy, hablar de realidad en relación a la imagen pierde todo sentido: las tecnologías de edición y generación de imágenes permiten que éstas surjan sin necesidad de referirse a un objeto físico y que puedan existir de forma autónoma y desterritorializada. Esto es, sin necesidad de hacer referencia a un tiempo o espacio, liberadas de su cualidad de documento. El nacimiento de la imagen digital y la democratización de las tecnologías fotográficas nos hace pensar que hoy para hablar de realidad es necesario hacerlo en plural: realidades. Las fotografías que hoy circulan sin destino fijo, multiplicándose y transformándose sin necesariamente dejar rastros visibles de su manipulación, construyen una realidad caleidoscópica que va modelándose de acuerdo a nuestros deseos y modelándolos a ellos en el proceso. ¿Cómo saber qué fue primero: imagen o deseo? Yo diría que un círculo no tiene principio ni fin.

 

Vivimos en una cultura de imágenes, y solemos pensar en ellas como herramientas para retratar el mundo que nos rodea. Sin embargo, muchas veces olvidamos su capacidad constructiva: estas dan forma a nuestro mundo, a nuestra realidad y a nuestros pensamientos, cuentan nuestras historias y las de los otros. Lo contradictorio es que, estando en este contexto, sigamos aún siendo casi analfabetos visuales, y eso siendo productores compulsivos de imágenes.

 

Nos enfrentamos a un flujo incesante de imágenes; día a día las consumimos y compartimos a través de nuestros dispositivos, las imágenes acompañan noticias, artículos, perfiles de amigos, etc. Y sin embargo, a pesar de tener objetivos tan diversos, internet ejerce una violenta homogenización sobre éstas: mirar como acto de reconocimiento parece hoy un acto imposible a la vez que inútil. Cada imagen es inmediatamente reemplazada por otra, e irónicamente, en cada una de ellas vemos siempre lo mismo (pensemos en la tradicional fotografía en Macchu Picchu o la típica selfie frente al espejo). Por otro lado, internet tiene la capacidad de igualar todo; aquí, una imagen de una lavadora o de un asesinato circulan con la misma facilidad. Esto no es de extrañar, teniendo en cuenta la gran cantidad de imágenes que consumimos, y que terminan enfrentándonos con la misma indiferencia a imágenes políticas como a retratos de gatitos. 

 

En un contexto de flujo visual desmedido como éste, y en el cual hoy cualquiera puede convertirse en productor, resulta clave preguntarnos ¿cómo podemos pensar el arte? ¿Qué puede aún la imagen artística que el sinfín de imágenes en la web no puede?

 

En relación a estas preguntas, mencioné dos aspectos que creo que pueden dar luces para entender aún el lugar de la labor artística en una época hipervisual: la condición descontextualizada de la imagen en la web y la sobreproducción de imágenes idénticas; y la relación imagen-deseo.

 

En relación a lo primero, debemos pensar en internet como un lugar que permite a la imagen liberarse del tiempo y del espacio, y existir de forma autónoma en diversos espacios a la vez. Sin embargo, la imagen artística está ligada a un contexto, tiene un aquí y un ahora, y se coloca frente a algo. En este caso, me refiero a la imagen artística como su versión original, no su registro a través de la fotografía sino tal y como fue pensada por el autor, ya sea ésta una pintura, escultura, instalación, video, etc. La obra de arte ha razonado su contexto y está pensada en relación a este, incluso si es una obra de arte digital, está pensada dentro de una web, plataforma o espacio específico. En este sentido, la obra nos coloca en una posición que la imagen descontextualizada en la web no: no en el flujo infinito de las cosas, sino en un tiempo y espacio determinados. El gesto de crear una obra es diametralmente distinto al de la creación de una imagen  cualquiera dentro de las dinámicas web: su producción lleva un razonamiento en relación a otras imágenes, y tiene una duración mayor. El gesto de la imagen digital –por ejemplo, cuando registramos nuestro almuerzo para compartirlo en redes sociales- es inmediato e incluso impulsivo, responde generalmente a la satisfacción de un deseo pasajero, y en general, es un gesto que hace referencia a sí mismo.

 

Si revisamos el flujo de imágenes en internet, nos toparemos con que se tratan en su mayoría de imágenes pornográficas; es decir, que lo dicen todo y no nos invitan a pensar más allá de lo que nos es mostrado. En general, el objetivo final de cualquier medio es la (aparente) transparencia, es decir, hacernos olvidar su presencia y hacernos creer que la transmisión de información es directa e inmediata*. El internet, como el medio más reciente, nos hace pensar que lo que las imágenes hacen es revelar, no esconder. Esto, naturalmente, no es verdad y aunque muchos lo sabemos, solemos pasarlo por alto al transitar por la web y consumir contenido.

 

La imagen artística, sin embargo, utiliza una estrategia distinta: a pesar de revelar ciertas cosas, ésta siempre sugiere que hay algo que es ocultado, que no está siendo dicho o que no puede ser decodificado: no basta sólo con lo que ésta dice o con qué otras imágenes entra en diálogo, sino también es necesario considerar lo que no dice. Además, esta puede hacer introducción del elemento extraño (una relación antes no pensada, una contradicción, una puesta en evidencia) que no busca mantener el flujo interminable de las imágenes, sino más bien perturbarlo.

 

En este sentido, la imagen artística tiene una libertad que otras imágenes no tienen, y es que no necesita obedecer a la relación imagen-deseo que ordena a las otras. Para mantenerse visible la imagen web debe apelar al deseo y seguir avivándolo, de lo contrario, se perderá en el olvido de la saturación. Sin embargo, la obra, al colocarse en su propio tiempo y espacio, no necesita apelar al deseo, porque su fin no es necesariamente la circulación, sino lo opuesto. Liberada de esta carga, la imagen artística no necesita existir en función de nuestras fantasías repetitivas y predecibles. En esta medida, la imagen artística es quizás la única que aún puede revisar críticamente todas las demás imágenes y es tal vez la razón por la cual hoy tantos artistas están avocados al arte archivo. 

 

Al margen del círculo vicioso de imagen y deseo, el arte puede ser, extrañamente, lo único que pueda sacarnos de él.



*Rosa Menkman, The Glitch momentum. En http://networkcultures.org/_uploads/NN%234_RosaMenkman.pdf